Monday, October 09, 2006

Entrevista con Guillermo


Siglo XXI, del cambalache a la hibridez

Con un look más campestre que tanguero, Guillermo cabecea un tango en la puerta de su boliche de antigüedades. El anuncio de la última pelea de Bonavena en el Luna Park se contagia con los colores de las banderitas latinoamericanas que anticipan las simpatías del dueño del comercio. Hace veinticuatro años que yira por los locales del Abasto, hace veinticuatro años apostó por este ya nada extraño rubro de la compraventa.



¿Naciste en el Abasto?
No, yo soy de Lugano. Me vine a estos pagos por mi amor al tango. Un amor que me nació de purrete, o mejor dicho, me lo inculcó mi viejo, en casa se escuchaba o se silbaba tango todo el día. Ya de jovencito me ponía el lengue, un pañuelito blanco de seda que de algún modo nos señalizaba como “del palo” y me iba a la milonga. Allá en Lugano éramos muchos los tangueros. Me acuerdo que una vez en un boliche, un bar de mala muerte, lo invitaron a Edmundo Rivero y el maestro no dudó, se fue al rioba y cantó como los dioses… ¿cómo no amar el tango con tipos como él?
¿Y cuáles fueron tus primeros trabajos?
Siempre la compraventa. Primero con mi viejo, luego solo, hasta que di con este lugar, al que en un comienzo venía solo a escuchar o a bailar tango.
¿Qué encontraste en el Abasto cuando empezaste con tu actividad comercial?
Todavía funcionaba el mercado, puro grito durante las mañanas. Yo no estaba acá, mi boliche estaba del otro lado de la avenida, pero los gritos, el ruido de los camiones sobre Corrientes y el olor a fruta pasada se sabían abrir el paso como para que no olvidara en donde estaba. Y a veces se extraña todo ese movimiento.
“El shopping no trajo prosperidad al barrio, sólo benefició el comercio dentro del edificio”
¿Quiénes habitaban entonces el barrio?
Eran laburantes, gente del interior, sobre todo los changarines. Todos los locales alrededor del mercado eran enormes, abajo estaba la mercadería y la oficina y arriba las piezas que se alquilaban a los muchachos que venían de afuera. Sobre Agüero todavía hay un par de galpones donde se pueden apreciar las características de aquella época. Aunque nada quedó igual. Desde el cierre del mercado este barrio es una tristeza.
¿No trajo vida la apertura del Shopping?
Sí, pero hacia dentro del shopping, para el barrio fue peor. El cambio no resultó tan positivo como lo anunciaban.
¿En qué sentido?, ¿cuáles eran las expectativas?
La mejora del barrio, más limpieza, más orden… y catorce años estuvo esto abandonado… Se convirtió en una zona peligrosa. Llegó una oleada de uruguayos y luego fueron los peruanos. Tal vez gente buena, pero sin perspectivas acá ¿qué tenían para hacer si casi no hay trabajo? Muchos comenzaron a yirar por bares, algunos con más suerte a hacer changuitas, otros a mendigar o los jóvenes a tomar en las esquinas hasta que la policía los cansó de tanto decirles “acá no, acá no” y se fueron quedando adentro o yéndose, no sé, pero casi no se los ve hoy. Hay algunas familias ocupando lo que antes eran pensiones para los changarines y luego del cierre del mercado quedaron casi deshabitadas. Por otra parte, cuando todo desapareció, algunos dueños de casa abandonaron sus inmuebles porque se desvalorizaron notablemente y hoy que la cosa está queriendo, al menos en cuanto al mercado inmobiliario, apuestan al desalojo… pero todo lleva tiempo. Pero la cuestión es que el cierre del mercado implico un olvido del barrio y la apertura del shopping no trajo prosperidad al barrio, sólo benefició el comercio dentro del edificio.
¿Pero el hecho de contar con el shopping no atrae al turismo?, ¿no mejoran las ventas?
Las del shopping, las nuestras no. Los turistas europeos o norteamericanos, llegan pero en general con guías o muy aleccionados desde su país. Como el lugar sigue catalogado como peligroso, se cuidan bien de pasear solitos por la zona, entran al shopping, compran, salen y quizá entran directamente a uno de estos nuevos restaurantes tangueros… lo que es a nuestros boliches ni se asoman. Nuestro público es más el turista del interior o el latinoamericano, público muy agradable pero con poco dinero.
¿Qué suelen comprar?
Les gustan mucho los discos de pasta, yo los vendo baratos, a cinco pesos, y se van contentos. También suelen llevar carteles antiguos como el que está pegado en la vidriera. Gastan poco sin embargo da gusto atenderlos no como los otros que vienen forrados en euros y en dólares y lo único que les importa es pedir rebaja… creen que pueden comprar algo que en su país pagarían cien euros a cinco pesos.
¿Crees que puede cambiar la situación?
Mientras siga esta política económica propiciando la marginalidad, no creo que nada cambie… los turistas seguirán protegiéndose de la inseguridad, visitarán sólo lo que aparezca en la güía turística y nosotros, los comerciantes de abajo, seguiremos tan abajo como ahora.

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