Una aventura posible

Friday, August 31, 2007

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Tuesday, June 26, 2007

Consigna de escritura con inclusión de palabras

Cazador cazado


Salido de entre las sombras un cazador oculto tras las plantas de la selva, trata de atrapar un conejo para satisfacer su paladar exquisito.
Al cabo de un tiempo ya aburrido de esperar salió a investigar, fue capturado por una tribu de indios, estuvo atrapado hasta que lo pasaron a una olla gigantesca, fue cocinado, comido y bebido. Solo quedó su prenda íntima, y un nombre propio que era clave para la liberación de su familia.
De repente, se escuchó un grito de guerra, era la primera escena de una batalla entre pueblos. Pero, aunque sintió un alivio pensando que lo iban a vengar solo fue un pueblo masacrado para alimentar a los ancianos y jóvenes.


Ezequiel Flores

Sunday, June 10, 2007

Como si estuvieras jugando, otra mirada

Eran las diez de la noche. Eso decía el gran reloj de la estación de trenes. Escuché que llegaba un tren, el último del día; puntual. Miré a mi hermano con algo de miedo, y él simplemente me asintió con la cabeza.
Desde el día en que Inesita empezó a venir con nosotros a la estación todo pareció mejorar. Comíamos mucho mejor que antes, y ya no teníamos que cazar pájaros. La gente nos daba monedas cuando mi hermanita se hacía la cieguita, y sin eso no sé que hubiéramos hecho.
Así pasaron días. Meses. Años, cinco para ser exacto, siempre yendo a la estación, esperando conseguir dinero. Pero, a medida que pasaba el tiempo e Inés crecía, ganábamos menos. Ahora, sin ella, resultaba casi imposible conseguir algo.
Miramos a la gente (que era poca) saliendo del último tren, y yendo cada quién por su camino. Nos escondimos detrás de unas columnas y esperamos a que la mayoría se fuera. A lo lejos vimos a una señora acomodando su cartera.
La abuela pasaba todo el día en la cama, su espalda le dolía mucho. Inesita estaba enferma. No sabíamos bien que tenía, pero estaba pálida y muy flaca. Nunca había estado mucho mejor, pero ahora estábamos seguros de que necesitaba alguna medicina o a un doctor. No teníamos nada para darle de comer.
Yo la miré desde mi escondite; parecía estar apurada, y se había retrasado en acomodar su cartera. Seguramente iba a tomarse un micro. Volví a mirar a mi hermano, y él me alcanzó uno de los fierros que tenía en la mano.
Recuerdo que un día mi mamá, si es que puedo llamarla así, vino a visitarnos. Pero era sólo para dejarnos a mi hermanita. Estaba muy cambiada, mi hermano y yo no la reconocimos al principio; dijo que nos iba a mandar plata todos los meses. Nos mintió, y nunca la volvimos a ver ni recibimos su dinero. Ahora mi abuela ni siquiera trataba de levantarse por el dolor, y esa bebita, hoy casi mujercita, escuálida y débil que mi mamá nos había dejado está muy enferma. Sólo tiene diez años, y hace cinco que empezó pedir plata en el tren. Poco menos que la mitad de su vida.
Todo fue idea de mi hermano. Caminando un poco encontramos unos fierros tirados de una vieja obra en construcción que se había cancelado. Sí, fue su idea. Pero yo no me opuse para nada.
Agarré lo más firmemente que pude el fierro, pero igualmente me temblaba la mano. Salimos de atrás de las columnas rápidamente, y nos dirigimos a la señora, que alzó la mirada, asustada.
Mi abuela me había enseñado a no robar. Pero... ¿cómo le puedo hacer caso a una mujer que hizo trabajar y mendigar a sus nietos? – Dame la cartera –le ordenó mi hermano a la mujer.
Yo mantenía el fierro en alto por si acaso, recordando los días en los que cazaba aves para vender en la estación, y cuando todo parecía estar bien.
Lila Ailén Ragusi

Monday, May 28, 2007

Un cuento de miedo


El blanco escalofriante

Se despertó asustada, con el corazón palpitándole aceleradamente, quiso gritar, llamar a alguien que la ayude, y el miedo le cerró la garganta.
Estaba tan aterrada que no podía moverse.
Pensó que él ya no volvería…pero ahí estaba, otra vez, tan presente como la primera vez.
Escuchaba desde la cama su ronco e inconfundible ruido sonando desde lo más profundo del silencio. Podía imaginar sus movimientos, se sacudía como si tuviese un acceso de tos imparable.
De solo escucharlo un intenso escalofrío recorrió su pequeño cuerpecito.
Fue más fuerte que ella, tampoco resistía quedándose quieta. Y, como si fuese tomada por una mano invisible que la empujara se levantó y fue corriendo hacia la cocina.
Fue entonces que lo vio, cada vez estaba más fuerte, y se movía convulsivamente, vestido de blanco de pies a cabeza.
Escuchó en medio de tan espeluznante escena la voz de su madre, quien mientras la tomaba de sus brazos le decía:
-Milena, no te asustes, es solo un lavarropas, no puede hacerte daño-
La cosa blanca y fría seguía imperturbable…pero… mirándolo desde arriba en los brazos de su madre le pareció más inofensivo.


Milena Moyano

Sunday, May 20, 2007

Como si estuvieras jugando


Luego de leer el cuento "Como si estuvieras jugando" de J.J.Hernández, los chicos de segundo año de la escuela de Jardinería Cristóbal Hicken, lo renarraron desde alguno de los personajes, en este caso desde uno de los mellizos:



Todavía me acuerdo de esa tarde.
Mi hermano y yo llegamos corriendo a la casa y nos detuvimos en la puerta.
Sentada en la mesa, conversaba con mi abuela, mi mamá. Sí, la señora que unos años atrás prácticamente nos abandonó.
Nos quedamos mirándola y mi abuela nos obligó a saludarla. En sus brazos tenía una beba, flaquita flaquita era, nuestra hermana, la iba a abandonar como a nosotros.
Eso pasó unos seis años atrás, ahora la beba ya es toda una nena, bastante tonta, pero la queremos mucho.
Muchas veces nos hace reír y muchas otras nos encanta molestarla.
Mi familia y yo somos muy humildes, dormimos todos juntos y casi ni nos alcanza para comer y con esta sequía tenemos que ir a buscar el agua a la estación.
Mi hermano y yo sabemos leer y escribir un montón de palabras, también sabemos sumar y restar, y casi multiplicar. Porque nosotros íbamos al colegio, que quedaba lejísimos, íbamos a caballo, pero el maestro se jubiló y ya no tuvimos más clases porque nadie quería ser profesor.
Vivir como nosotros no es nada fácil, nunca sabés si vas a comer o no, usás la misma ropa cuatro días seguidos más o menos, y la tenés que lavar con muy poca agua. No sabés si vas a pasar mucho frío o mucho calor.
También tenemos que ir a trabajar a la estación, vendemos o pedimos. Generalmente nos ignoran y miran para otro lado, se hacen los dormidos o los distraídos, como si no existiéramos. Otros nos miran con asco como si fuéramos bichos, y una cifra menor, se digna a comprarnos algo.
El otro día la llevamos a la Inés por primera vez, estaba muy nerviosa la chiquitita. Tenía que actuar haciéndose la ciega, nosotros íbamos atrás de ella agarrándola, y ella estiraba su manito para que la gente ponga monedas, recolectamos casi $5, nos alcanzó para los fideos de esa noche.
Todos los días vamos allí, ojalá alguna vez tengamos suficiente plata como para vivir sin tener que pedir, ni trabajar.


Lucía Algieri

Javier viene de lejos

Javier, uno de los chicos de la Escuela de Jardinería, acaba de llegar desde Tucumán y nos cuenta su experiencia:


Hace poco tiempo que llegué a Buenos Aires: acá hay muchos edificios, plazas donde muchos chicos van a jugar y también muchas escuelas. En el lugar desde donde yo vengo, Tucumán, también hay edificios pero menos, hay pocas escuelas y son de pocos recursos. Muchos maestros enseñan poco, no se compara con las clases que tiene la escuela a la que asisto ahora. Cada día me levanto temprano para ir a clases. Tengo compañeros muy buenos. La escuela está rodeada por parques muy limpios. La gente coloca los papeles en el basureros, llevan a sus perros a pasear y muchos levantan sus desechos con bolsas. Volviendo a la escuela donde yo voy, allí estudio las distintas especies de árboles y frutos y clasificamos para aprender sobre ellos: aquí hay mucho para observar. Con mi hermano vamos al ciber y él escribe lo que narro.La profesora nos trae cartas de chicos de Río Potrero (Aconquija, Catamarca) y nosotros les contestamos, ella las lleva y nos cuenta que van a una escuela hogar a caballo y se quedan allí a dormir.La profe nos lee cuentos fantásticos y da trabajos prácticos.




Javier Solís

Wednesday, January 31, 2007

La Boca: otras miradas posibles

Chicos y chicas de quinto año de la escuela Rodolfo Walsh pasaron una tarde en La Boca. Caminaron, miraron, conversaron con la gente del lugar... En las notas que siguen comparten algunas de sus impresiones.

Caminito, una obra teatral

Un poco de historia

El barrio de La Boca es una zona de tierras bajas e inundaciones fáciles, no es lo más recomendado como sitio habitable. Sin embargo, aún con este conocimiento, no pasó mucho tiempo sin que la ribera congregara en sus márgenes un número cada vez mayor de astilleros, almacenes navales, depósitos de lanas y saladeros: atraídos por la posibilidad de trabajar llegaron inmigrantes griegos, turcos e italianos, entre otros.
Estos inmigrantes de origen muy pobre empezaron a levantar las humildes casillas de zinc y de madera conocidas con el nombre de “conventillos” que dieron a La Boca una fisonomía tan singular y colorida. En su mayoría fueron los genoveses, gente de mar, quienes se radicaron allí y pintaron sus casas de vivos colores. Un bote colgado en la puerta advertía sobre la constante amenaza que representaban las inundaciones.
Con el tiempo la población de este barrio marinero se fue ampliando, los italianos eran más que los nativos y el dialecto genovés predominaba sobre el castellano, haciéndole a los maestros muy difícil impartir sus lecciones. La Boca se convirtió en un pueblo exuberante y bullanguero. Los inmigrantes conservaban intactas las costumbres de su tierra pero establecieron una sociedad fraternal con las primeras instituciones comunitarias de Buenos Aires. Abrieron cantinas –algunas pocas siguen hoy funcionando- donde se podían saborear los platos tradicionales al compás de un alegre tarantella o una nostálgica canzonetta. También supieron editar diarios y revistas, fundar clubes y teatros. El barrio generó poetas, músicos y artistas plásticos, hasta envió al Parlamento al primer diputado socialista de América (Alfredo Palacios).

Y hoy… ¿qué sucede?

Actualmente, en La Boca, la zona conocida como “Caminito” es el lugar turístico por excelencia y se ha convertido en una “vidriera” de paseo y compra para muchos visitantes extranjeros, quienes aprovechan su estadía tomando fotos, aprendiendo algo de la historia del lugar, observando parejas bailando el tango, almorzando o cenando en lugares típicos y apreciando las artesanías y artistas callejeros, entre otras cosas. Sin embargo, no todo parece ser tan armónico en el barrio: “Todo esto es usado por muchos de los dueños de ciertos locales de Caminito para ‘tapar’ el verdadero negocio que circula a la noche. (...). Acá está lleno de extranjeros, pero no son todos empleados como se cree. La mayoría son dueños y sacan mucha plata con este barrio, porque tiene dos entradas de dinero. Una es el local que usan para vender artículos nacionales por ejemplo, o capaz algún que otro barcito de tango, pero donde más ven plata ellos es en el negocio que tiene de noche cuando se van todos los turistas y se cierra todo. Acá hay quioscos que no son quioscos, bares que no son bares...” (Roberto Díaz – comerciante de Caminito).
¿Cuál es el negocio? ¿Prostitución?, ¿comercio de drogas? Este comerciante no se veía muy cómodo a la hora de contarnos los detalles, pero hasta donde nos llegó a contar, los extranjeros se veían muy metidos en la ilegalidad. ¿Es que lo negativo viene de afuera? Evidentemente, hay cierto contraste muy marcado en el barrio. Este comerciante que entrevistamos plantea un manejo bastante grande de dinero por parte de los extranjeros, pero a un par de cuadras de Caminito podríamos afirmar que el barrio de La Boca es habitado en su mayor parte por gente de pocos recursos y en muchos casos de nacionalidad extranjera, como bolivianos, paraguayos, peruanos, que viven en los conventillos, en condiciones de precariedad. Precisamente en la zona de Caminito es donde muchos de estos extranjeros obtienen sus trabajos, en cantinas, puestos de venta y distintos comercios. Esto trae aparejados conflictos con argentinos que viven en la zona, ya que éstos se quejan de que los pocos puestos de trabajos que existen son ocupados por aquellos. “A mí me da mucha bronca, con mi familia tratamos de evitar Caminito como lugar de paseo, muchos de mis familiares no tienen laburo y estos extranjeros vienen acá a ocupar nuestros puestos de trabajo, hacen negocio con nuestro barrio...” - nos decía Estefanía Ojeda, empleada de uno de los locales. Esto nos deja ver que a partir de los negocios que “ocuparon” los extranjeros en el barrio se instaló cierta xenofobia que provoca constantes enfrentamientos entre los dueños de los locales. Es claro, entonces, que el barrio de La Boca se ha convertido en un sitio frío, totalmente lucrativo. “A mí no me gusta el tango, acá tengo que escucharlo todo el día y estoy harta. A mí me gusta el rock nacional y me asquea tener que escuchar tango todo el día por la onda del local...” Nos contaba una empleada que vestía una remera de “Los Ramones”.
Esto nos hace pensar que se montó una especie de escenario en el cual todo parece perfecto, pero por lo contrario, es una serie de elementos unidos por un interés comercial: Caminito es un lugar que aparenta ser absolutamente porteño y sentimental pero en realidad es como cualquier obra teatral lucrativa, en la que sus protagonistas muestran lo que tienen que mostrar para recibir la plata cuando termina.

El tango… ¿En la sangre o en los bolsillos?

La calle Caminito es el lugar más preciado de La Boca. De apenas 100 metros de longitud, con calles de adoquines, murales, cerámicas y distintos adornos, es un paseo peatonal que recrea a los antiguos conventillos pintados de colores vivos y con la ropa tendida en sus ventanas. Parece, por la actitud de los que trabajan en él, que el tango colorea el lugar y corre por la sangre de todos. Pero muy por el contrario hay quienes lo detestan y sólo muestran gusto por este estilo musical para trabajar. Es el caso de Romina Fernández quien trabaja en un local de Caminito atrayendo turistas con la historia que cuenta del tango, pero viste una remera de “Los Ramones”. “…Vivo acá hace 6 ó 7 años. Desde que me mudé tengo que escuchar tango por todos lados y lo detesto […] pero me la tengo que aguantar porque me da laburo. A mí me gusta el rock & roll y todos los días espero que termine el día para llegar a mi casa y escuchar mi música.” “… No es el primer trabajo que tengo acá. Hace poco laburaba en un local que está a una cuadra y antes de eso en otro que está en esa esquina – nos dijo señalando un local que vende cuero- y en todos se escucha nada más que tango […] porque los turistas que vienen quieren ver esa actitud nacionalista que les gusta…”

El tango viste la calle pero sólo algunas horas, porque cuando los locales cierran y los turistas se van todo cambia y el clima es otro. "Todos los locales pasan tango, pero cuando están cerrando empiezan a mezclarlo con cumbia marcha o capaz algo de rock. Hasta que cierran todos locales y no se escucha ni un solo tema de tango…” – nos contó riéndose Luis Viale, trabajador de un local de Caminito.- “… cualquiera se da cuenta que no le gusta a nadie de acá, ponen temas nuevos que están como remixados. Los cantantes viejos ya casi ni se escuchan…”
A pesar de que prefieran otro estilo de música, cuando un turista se acerca cada uno adopta el fanatismo tanguero para contagiárselo, y así por supuesto atraerlo al local en el que trabaja. Esta actuación graciosa, pero a la vez triste nos hace pensar en la esencia de Caminito.
¿La calle del tango? ¿la calle porteña?… ¿o la que supo usar una pasión para hacer dinero?

Martina Bombicini y Bárbara Delgado

Tuesday, January 30, 2007

Conventillos: ¿en colores o en blanco y negro?

En el barrio porteño de La Boca nos podemos encontrar con una gran cantidad de conventillos. Estos lugares fueron los primeros hogares de los inmigrantes llegados a principios del siglo pasado a la Argentina. En la actualidad siguen siéndolo, pero no son lugares de tránsito, sino que se convirtieron en hogares estables no solo de inmigrantes recién llegados sino también de personas que ya hace muchos años habitan el territorio argentino. A su vez estos lugares están fuertemente ligados a la actividad turística.
Pero, ¿qué hay detrás de esos colores alegres y llamativos? ¿Son lugares realmente seguros sanitariamente? ¿Cumplen con los requisitos establecidos para ser una vivienda?
Todos tenemos derecho a la salud, como individuos y es deber del Estado brindárnosla.
También tenemos derecho a gozar de condiciones sanitarias.

*Una vivienda debe protegernos de las inclemencias del clima.
Este es uno de los primeros puntos que los conventillos no cumplen, ya que podemos ver y comprobar que estos están construidos con chapas más que vulnerables ya que se agujerean con facilidad a causa de las tormentas y el granizo.

*Una vivienda debe permitir el descanso adecuado de sus habitantes.
En un conventillo generalmente viven familias enteras dentro de una habitación de un tamaño considerable, pero no son solo los metros lo necesario para que más de tres personas de diferentes edades y sexos convivan allí.

*Una vivienda debe preservar la intimidad de sus habitantes.
Otra de las cuestiones que el conventillo no cumple.
Todas las familias que viven en él, que pueden llegar a ser más de diez, utilizan el mismo baño, cocina, “lavadero”, patio…

*Una vivienda debe ser lo suficientemente amplia, cómoda e higiénica para que sus ocupantes puedan desarrollar una vida física y psicológicamente saludable.
Todos los puntos anteriores nos demuestran que esto último no se cumple.

¿Qué esperarán las autoridades para solucionar los problemas de vivienda no solo del barrio de La Boca sino también de todos aquellos lugares que lo necesiten?
Por un lado tenemos a los turistas que maravillados observan las réplicas de los conventillos, relacionándolos con el tango y la historia del barrio y, a algunas cuadras de “Caminito”, vemos a los verdaderos conventillos con todos los problemas nombrados anteriormente.

Entonces, nos queda claro que todas las personas que viven allí no deberían hacerlo en esas condiciones. Si algunos conventillos han sido remodelados pueden recuperarse todos aquellos que están a punto de derrumbarse a causa de su antigüedad y falta de mantenimiento ¿o no?
Todo esto llevará tiempo y también lo llevará concientizar a todas las personas que allí viven de que ese no es el mejor lugar para vivir sana y adecuadamente. Será necesario convencerlos de que sus hogares serán reconstruidos y luego podrán volver. Claro que habrá que darles la seguridad de que ese lapso de tiempo tendrán un lugar en el cual vivir. ¿Será esto posible?
Cuando esta problemática se solucione muchas personas vivirán un poquito más felices y poco a poco su vida se tornará diferente.


Erica Vita

Contraste

Yo sabía algo de La Boca: había dos bellas cuadras a las que llamaban “Caminito”, era allí donde el Tango salía a las calles y les mostraban a los demás cómo se podía bailar uno de los buenos en la vereda. Además, allí estaba situada una de las canchas más importante del país, la tan nombrada “Bombonera” donde miles de personas van domingo por medio a alentar al club de sus amores: Boca Juniors.
Eso es lo que yo sabía.
Pero como suele pasar muchas veces, ignoraba otra parte bastante importante del barrio.
Cuando fui a visitarlo, a recorrerlo, caí en la cuenta que varias cosas no sabía.
Parecía algo increíble, pero había dos realidades totalmente distintas en un mismo lugar. Con una diferencia de tan solo tres cuadras se podía apreciar como la miseria sigue acogotando a varios mientras algunos otros salen a demostrar una belleza con paredes de colores y estatuas de Gardel o Evita.
Me dio impresión ver tan repentino cambio. No me lo esperaba.
A dos cuadras de una prestigiosa “Pulpería”, un extraño negocio: “Pulgas y Cucarachas” allí se venden antigüedades, cosas usadas o viejas. Entré, sin pensarlo, lo atendían dos personas, un hombre y una mujer, tomaban unos mates en una pava de metal abollada y usaban de mate, un vasito. Pregunté algunas cosas para empezar a entrar en confianza. Una de ellas fue de donde habían sacado las cosas. Así fue que el hombre se paró y me empezó a señalar distintos objetos explicándome sus orígenes. Casi todo lo que había era de la gente que se iba deshaciendo de lo que no le era más útil. Algunos objetos eran heredados, pero se ponían a la venta, quizás, por carecer de un sentimiento real y otras tantas eran cosas se vendían por una gran necesidad de dinero.
Había un alhajero con una flor violeta dibujada “qué lindo esto… ¿de dónde lo sacó?” le pregunté agarrándolo. “Era de mi mamá” escuché con una voz triste “está reservado, me lo va a comprar una alemana que vino ayer”. No quise preguntar más. Me había bastado con eso.
Después, de una forma un tanto rara terminé entrando al lugar donde vivían estas dos personas: un conventillo que se caía a pedazos, muchas habitaciones-casas con cortinas en vez de puertas y charcos en la entrada que parecían bastante profundos desde mi vista.
No entendía bien, ¿cómo podía ser que a tan solo dos cuadras de ese lugar había bares donde sus barras tenían detalles de plata, copas de cristal y hasta vinos de $145?
Le agradecí al hombre y seguí mi rumbo. Recorrí un poco más ese barrio precario, rodeado de pizzerías, más conventillos y mercados de frutas y verduras.
Más allá me crucé con compañeros que estaban en una pizzería en la misma calle de “Pulgas y cucarachas”. Entré en un lugar chiquito, donde había fotos de Maradona, Gardel y un teléfono de 1940. Ahí había un trato mucho más vulgar, mucho más amable y con un tuteo casi irrespetuoso. Ese lugar era bien de barrio, alteraba totalmente al paisaje de Caminito.
Salí de ahí y me adentré aun más. Pasé por la Bombonera, y su alrededor sí congeniaba con Ella. Era un mundo Azul y Amarillo, donde hasta los puestos de choripanes insistían en demostrar su pasión por el club Xeneize.
Al volver fui viendo como se iban transformando los negocios a medida que iba llegando a Caminito. Crucé esas dos cuadras que tan famosas son en Argentina, observando con atención. Pintaban una realidad que no era acorde a la del alma de La Boca. Estaba todo vestido para todo aquel que quería hacer un tour totalmente comercializado. Para los de afuera. Para los turistas.
Es así como fui despidiéndome del barrio. Ahora tenía una visión totalmente distinta a la anterior. Fui hasta la parada del 152 y mientras lo esperaba miraba el Riachuelo que tenía a mi lado. Estaba algo perdida, decepcionada, abombada. Llegó el colectivo y me subí por inercia. El olor del Riachuelo se fue yendo de a poco y yo dejaba atrás Caminito.
“Caminito amigo, yo también me voy…”
Belén Sabaté